A cada letra por su nombre
Casi
tres meses después de mi última publicación, vuelvo a sentarme delante de una
pantalla en blanco mientras se me agolpan las palabras de todo cuanto quiero
contar de mis últimos escarceos en este mundo que cada vez me atrae, y me
sorprende, aún más.
Si
hay una palabra que se convierte en
recurso común en todas las conversaciones entre radioaficionados es
“propagación”. Hablar de propagación es como el que entra en un ascensor y
habla del tiempo, es el tema más recurrente en cualquier rueda entre colegas.
Pues sí, si hay algo importante en el mundo de la radio es la propagación de
las ondas electromagnéticas, la “propa” es como una autopista por la que
viajan electrones, en lugar de vehículos, cargados de información que al llegar
a nuestras estaciones de radio se convierten en voces de radioaficionados de
cualquier lugar del mundo. Pues bien, en estos tiempos en los que nos
encontramos, esas autopistas están cerradas y cuando se abren, se trata de una
oportunidad que dura menos que un caramelo en la puerta de un colegio.
Así
pues, ante esta situación de “incomunicación”, de pasar días y días con la
emisora encendida sin escuchar a nadie, y como le sucede a cualquier amante de
la radioafición, esta situación lleva a la desesperación del más paciente.
De
modo que he puesto mis ojos (y mis oídos) en la radio de moda, así que me estoy
iniciando en el DMR (Digital Mobile Radio). Pero no, no voy a dedicar esta
publicación a hablar de la maravilla que supone este modo de radio digital por
su pureza de sonido o porque da igual la hora en la que enciendas el “cacharro”
que siempre hay alguien hablando desde cualquier punto del mapamundi y con poco se comienza una rueda como las que
antiguamente se organizaban en la banda de once metros.
Cuando
estaba preparándome para la prueba de aptitud de radioaficionado, uno de los
temas era el alfabeto ICAO. Recuerdo ir en el coche camino al trabajo jugando a deletrear matrículas de
todo vehículo que se cruzaban en mi camino. Tal era la diversión que aún hoy todavía juego con mis hijos para hacer más llevaderos nuestros caminos de
regreso a casa.
Por
motivos de trabajo, pasan por mis ojos grandes cantidades de números de
documentos de clientes y todos los días oigo como mis clientes se refieren a la
B como Barcelona y a la S como Sevilla, y aunque me repatea en lo más íntimo
(como dijo en una ocasión el admirado don Francisco Umbral), me muerdo la
lengua al entender que mis clientes no tienen por qué saber y dominar el código de deletreo de Aviación Civil Internacional (ICAO) de igual
forma que lo hacemos (o deberíamos hacerlo) los radioaficionados.
Y
ahí es donde quiero llegar. Hace no mucho tiempo pude ver un vídeo en el canal de YouTube de Miguel Ángel Ruano (EC1DJ) en el que hacía referencia a esta misma carencia de
criterio. Escuchar a radioaficionados que por su indicativo demuestran una
acumulada antigüedad y experiencia sin
ser capaces de dar su indicativo completo o pasándose todos los códigos por el
arco de triunfo hace que me sangren los oídos.
Veo
lógico que los radioaficionados tengamos un conocimiento adicional de Geografía
para así entender el país con el que estamos realizando nuestro comunicado a
larga distancia, pero darle a la B el nombre de Barbados, a la Z el de Zambia
es una actitud que traspasa las barreras de la estupidez cuando para ello
tenemos un alfabeto internacional.
En
una ocasión, mantuve una conversación con el siempre recordado Javier Bermejo (EA1AUS, SK) sobre la “cebeización” que se percibía en las bandas de HF. Recuerdo, decía él,
que se habían llevado a las bandas de radioaficionados códigos propios de la CB
y que observaba una relajación en los usos y un “colegueo” que no era propio
para esas bandas. A mi modo de ver, no creo que este comportamiento de
algunos sea herencia de la Banda Ciudadana, más bien se trata de una relajación
y una falta de respeto hacia un colectivo y hacia una de las aficiones más
antiguas y bonitas que puedan existir.